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90 Nostalgias

La nostalgia se cuenta en millas

“La nostalgia es la prostituta de la tristeza”, rezó Cabrera Infante, antes de ser difunto fuera de sus distantes Habanas. Ella se vende, a bajo precio, al mejor postor: una calle, el espejismo del mar, dos rostros y una sonrisa. Los teje y teje en la memoria y en las mañanas (para no ser una Penélope cualquiera) los fragmenta para acomodarse a la vida en otras calles, cuatro rostros nuevos y pocas carcajadas.

Cuando pasas muchas noches de insomnios persistentementes nostálgicos, comienzas a creer que los sentimientos son cuantificables y que a medida que corre el calendario, o las millas, se agudizan o aligeran. Mi propia nostalgia tiene 90 millas; casi media hora de camino. Los tristes de Europa me pueden acusar de exagerada, teniendo en cuenta que la suya, a veces, hace escalas. Pero cada cual tiene su maleta de recuerdos, recursos para vivir y justificaciones para partir. Hay quienes viven todo su tiempo ignorando cuanto meten en esa maleta y el día que les toca cargarla, tienen que pagar sobrepeso en los aviones. Pero no es fácil vivir con la nostalgia; comiendo por aquí y sintiendo por allá.

Para todos los que ponen su cabeza en las noches en una almohada que todavía les sabe extraña, estamos escribiendo este blog. Para reencontrarnos en las calles de la red, como lo hacíamos en los baches de nuestra ciudad. Para colgarnos de un link, como si fuera un M6 a las 7:00 am. Caminémosle a la nostalgia, y si la agarramos de la mano de la utopía (la del reencuentro sin roñas, ni balas), tal vez lleguemos más lejos.

                                Miami, la semiCuba, marzo 2008

Uno, dos y tres: puppies

Uno, dos y tres: puppies

Esta es la historia de tres que fueron una. Costó noches de insomnio frente a monitores desgastados, planeando las letras mas fantásticas del mundo; pocos dineros invertidos en líquidos intangibles y esporádicos; luchas a brazo partido contra los partidarios del "no partido". Lágrimas por tristes, lágrimas por felices. Hombres que llegaron y que se fueron...y que llegaron. Política y sexo diseccionados frente a nuestros forenses ojos, labios y cerebros.

Hoy se hablan, esta una que son tres, por monitores menos desgastados...los hombres siguen siendo los mismos; la política y el sexo se resisten a la autopsia y los dineros van y vienen. Pero esta historia de tres y una, permanece. Londres, Bochum y Miami...puntos cardinales de este encuentro de tres=una.

Y soñé que era un Lam???!!!!

Y soñé que era un Lam???!!!!

«Muero contento de que mi pintura no haya gustado a la gente que detesto.»

Picabia

Hoy quiero soñar un cuadro. Hoy voy a soñar un cuadro...Necesito perderme en el óleo, montarme en una pincelada, en un trazo sin comienzo ni fin. No quiero hacer pintura con mis sueños, quiero husmear en el cuadro soñado por otro; en ese que fue tomando forma después de las incoherencias o coherencias, de un Yo interno plástico, policromático, consecuente o desvariado entre Escuelas y pintores, entre la Academia y lo irreverente, lo loco, lo nuevo, lo post...Quiero ser protagonista del suceso de interpretar los ecos, los guiños del otro, de aquel que nunca conocimos pero atisbamos- suponemos-, por la línea, el dibujo, el matiz...

Me dispongo a cerrar los ojos y sumirme en el ejercicio de soñar a destajo, adrede, con premeditación y alevosía. A interactuar con mi mente, con ese subconsciente que se resiste a encasillarse entre el Renacimiento y el Barroco; a escoger entre tantas diapositivas vistas, entre tantas páginas vueltas de algún libro, en alguna biblioteca personal o masiva...Diría que necesito poco y mucho a la vez, solo bastarían misterios insondables, espectacularidad, y una excitación poética, un éxtasis plástico que se traduzca en renovación, en algo aparentemente desconocido...

Ando buscando una pintura, una sola, esa sola. Esa que se mueva con soltura entre lo místico, lo divino, entre lo puramente plástico y la indagación literaria. Y además que sea asible, coterránea, que allí donde esté no me sienta perdida; rodeada de luces que no son las mías, de espectros, de demonios que no me pertenecen.

Al fin me siento seducida, atrapada en una selva fulgurante de color y desatino. Una selva que se hace de caña de azúcar y de lunas verdes; que no le debe nada a las intrincadas selvas amazónicas, a los pluviosos bosques americanos. Y es más la reconozco, sé que alguna vez he caminado en ella, que antes estuve acá, tal vez en otro sueño...

Wilfredo Lam, nació entre lo más autóctono de la raíz cubana. Nació rodeado del campo, que es para muchos la esencia vital de la cubanía. Allí donde se fundieron para dar lugar a eso que hoy somos: lo que trajeron los peninsulares, lo que preservaron los africanos, lo que nos dejaron de los aborígenes. Ese campo que dio lugar al Guajiro Cubano con mayúsculas, porque es representativo de todo un ritmo, una manera de ser, de expresarse, de caminar, de amar. Pero en esa savia que había de beber desde la infancia en su natal Sagua la Grande, habría que incluir un componente especial que hace de la corporeidad Wilfredo Lam, muchísimo más que África, España...y eso es China. La majestuosa China con su cultura milenaria, sus ojos rasgados y su poderosa mente.

Nacido con el sino del pintor, llega por primera vez a la Habana con el propósito desvariado de estudiar Derecho. Su naturaleza lo llevará a la Academia de San Alejandro, donde sufre el academicismo y desboca sus inquietudes plasmando toda una vegetación exuberante, que suple la resignación ante los inevitables motivos clásicos de sus profesores.

España ya esperaba por él, y en ella otras limitantes academicistas, pero también El Prado con sus cuadros del Bosco, Brueghel y Goya. Entra en el taller de Álvarez de Sotomayor, pintor académico y director- además-, del Museo del Prado. Al mismo tiempo, asiste a la Academia Libre del pasaje de la Alhambra, centro de reunión de pintores jóvenes e inquietos. Catorce años donde se traslucen por vez primera, sus intereses sociales dentro de la pintura y donde se entremezclan una estructura geometrizante, con una cierta vena surrealista.

Picasso, André Breton, son nombres que aparecen con fuerza dentro de la historia de Wilfredo Lam. El primero, quien reconoció el genio del pintor en aquel cubano, y descubrió una obra que lejos de ser copia textual, se hermanaba con la suya; el segundo, hallando en la pintura de Lam los preceptos que el grupo de los surrealistas propugnaba, uniéndolo a este grupo y eligiéndole, como muestra de respeto entre artistas, para ilustrar su poema Fata Morgana. Estas relaciones fueron incentivo para fortalecer el interés de Lam por el arte negro y las divinidades africanas, que para él son sinónimo de autenticidad.

Marcado por lo azares de la guerra, regresa a Cuba, a su tierra; el lugar donde, mejor que en ningún otro, lo visitan sus musas negras. En esta época la superficie de sus pinturas se llena de figuras femeninas con cabezas de astros, formas biomórficas, piernas que se funden con una vegetación asfixiante. Pinta sobre papel y esas pinturas son testimonios artísticos excepcionales de contextos diversos y búsquedas incesantes, que definieron su impronta y que lo condujeron, en un ascendente trabajo a la concepción de la Silla, la Jungla (en papel) y La Mañana verde....

            Todo pintor tiene su Obra, esa gran obra que muchas veces no coincide con sus gustos, con aquello que él desearía se recordara de él...pero también esto escapa a su entera voluntad. Si se identifica a Velásquez con Las Meninas, a Goya con los Caprichos y los Disparates, a Lam se le conocerá como el pintor de La Jungla.

Caminar dentro de La Jungla (1942-1943) puede significar enrolarse en la búsqueda incesante de lo cubano, de lo nuestro, de ensartar una realidad inatrapable, imposible de aprisionar en colores únicos, en proporciones estándares; hacer de lo real-maravilloso más que literatura, más que verde y calor y lluvia...Fusionar lo negro, con lo blanco, con lo chino, con el ajiaco trascendente que logra ser Cuba toda; saldar todas las deudas con nuestros pasados mestizos.

Brazos, piernas, rostros, tijeras que quieren cortar todo lazo que nos mantenga inmóviles, romper las esposas de lo clásico y construir nuevas bases para la indagación plástica de lo caribeño, de lo antillano, de la insularidad... Aprehender un lenguaje desestabilizador de lo formal, principio de todas las rupturas, padre de la concepción de una pintura, que con remembranzas de Europa, quiere ser ella repasando sus referentes autóctonos o unificando ambas corrientes en un “todo fundido”, que ya no podrá ser de ninguna manera lo mismo.

           Me topo a cada momento con los personajes del panteón yoruba, que sobreviven sobre el verde azulado del fondo, a tono con la naturaleza cubana, cuerpo y alma ya, de la pintura toda. En esta Jungla, los mitos africanos gozan de vida dentro del paisaje cubano, dentro del cañaveral, tan lejos y a la vez tan cerca del Continente Negro. Y tiene un no se qué de tristeza, de lucha, de fidelidad a una verdad, de ser la voz de gente callada. Y no se equivocaron los que dijeron que La Jungla constituye el primer manifiesto plástico del Tercer Mundo. Un mundo que no es tercero por menor o intrascendente, sino que se debate en su pobreza y crea sobre ella; que hace de su realidad social o económica un disparo, una poesía...La Jungla es poesía con pintura, «porque la poesía es la lengua más antigua y elocuente de los hombres».

              Hay algo allá dentro que me produce un profundo ensimismamiento, como si ella me tomara por su pintor y me poseyera y me forzara a sentirme él, sentado frente al gran papel, en un estado similar. Este es un cuadro con memoria. Que recuerda a aquel hombre que una vez ante el Martirio de San Mauricio, de El Greco, obra que consideraba «la maravilla de las maravillas», sintiera que todavía le faltaba mucho para alcanzar la gloria del maestro. Solo cercano a los 40 se dijo: «Llegó el momento de hacer algo importante.

            La Jungla se asemeja a un rito, es un cuadro grave, minucioso, trazado con preocupación, con esfuerzo. En él son armoniosos la razón y los sentimientos, el análisis y lo intempestivo. Es un recuento de lo que fue Francia y España en la pintura de Lam. “ En él puse todo (...) mi interés por el arte africano y el polinesio, que me sirvieron de inspiración y desencadenaron una serie de motivaciones y de frecuentaciones inconscientes(...) Yo quería proseguir el penetrante camino emprendido por estas artes primitivas, aunque sin olvidar el rigor constructivo que observaron en sus obras Poussin y Cézanne.”

        A partir de este momento la obra de Lam se hace a la vez más legible y misteriosa. Más legible pictóricamente y más misteriosa en el terreno espiritual, puesto que nada ya nos recuerda los signos antes trazados. Si ocasionalmente se nos aparece el recuerdo de alguna forma, ésta ha sido objeto de una transposición, de una resignificación, tan acentuada, mezclada entre tantas otras, que resulta difícil la tarea de emparentarla con otras en el pasado.

         Lam es un artista de máxima potencia en sus estructuras, libres de formalismos, de convencionalismos. Es un pintor que se escabulle entre los que lo buscan dentro de la Escuela de París; los que aseguran encontrarlo como un pintor surrealista, como un cubista antillano, pero lejos está la mayoría de situarlo como representante de la pintura que realmente creó, aquella que guarda la emoción de los africanos que llegaron a Cuba, la que todavía yace escondida en sus cantos dolorosos...Es una pintura de reivindicaciones, de desagravio, de rescate del espíritu del arte negro, esclavizado también junto con ellos.

       Nacido no importa donde, en París, Marsella, España o allá en el barrio de Pogolloti, donde todo le hablaba de la naturaleza cubana, rodeado de plantas tropicales, con ejemplares autóctonos de nuestra flora. Es Wilfredo Lam sin dudas, el genio plástico cubano que se abrió al mundo más elocuentemente. Que produjo conmoción en grandes de la artes plásticas mundiales; que mayor debate encontró en el complejo anhelo de cernirlo junto al nombre de alguna escuela o tendencia. Se movió entre figuras hieráticas, misteriosas...al estilo Las señoritas de Avignon; pero gozó del placer de mostrarse tal cual y pintar a lo Lam, así de simple.

Siento como que me estoy marchando. La Jungla me empieza a parecer lejana, como si justo ahora entendiera que duerme plácida en el Museo de Arte Moderno de New York, está como cercana al horizonte. Ya no estoy sumergida entre esa vegetación asfixiante y encantadora. Mis manos ya no asen las tijeras con las que intentamos(Lam y yo), romper y sacudirnos el destino trágico de estar unidos a Los Otros. No quiero irme, no sé cuando regresaré. ¡Impídanme el paso, por favor!.... Demasiado tarde, desperté...


OH!!!!! La Habana

OH!!!!! La Habana

La Habana puede convertirse en una larga e incurable enfermedad para cualquiera de los mortales que haya puesto los pies en sus calles empedradas, se haya sumergido en los vericuetos de sus callejones, en la luminosidad de su Quinta Avenida, herencia de los vecinos del Norte; en los empalagos e histrionismos de su gente. La Habana es constante en los que buscan a Cuba. En los que llegan para confirmar sus sospechas del paraíso del ron, la mulata y el tabaco o los que simplemente rastrean la promesa del “sol bueno y mar de espuma” en la Mayor de las Antillas.
Pero existe otro tipo de mortal, el que el destino quiso naciera en esta capital de las paradojas; donde el solo cruzar una calle separa lo viejo de lo nuevo, donde habita la mayor concentración de cubanos en el menor espacio de tierra, donde el mar no olvida que le arrebataron algo que le pertenecía e insiste- de cuando en cuando- en recuperarlo. Este se encuentra atado de por vida a la nostalgia de la ciudad, al deseo de sellar sus amores en los muros del malecón, principio y fin de todo en La Habana; a encontrarse en los parques del Vedado para dar solución a las crisis imposibles de este mundo.
Este le canta a su ciudad dentro de ella, cuando la tiene lejos, cuando la odia o cuando la venera. Reconoce que esta Habana suya, mía, nuestra, “llora de noche”, pues se duele de sus heridas y le jura morir de amor y de ganas por andar sus calles. El habanero transforma su gentilicio en sinónimo de cosmopolita, de superior, de mezcla de toda Cuba y de todo el mundo. Mezcla donde convive el oloroso Barrio Chino, con sus maripositas, sus arroces... en perfecto concubinato con los frijoles y la carne de cerdo; o algo más alejado del centro de la ciudad, el poblado de Guanabacoa, cuna indiscutible de las más atemorizantes y enigmáticas religiones afrocubanas, con sus orishas, sus altares y sus toques de tambor.
El cubano-habanero es un ser que trasciende las descripciones que desde otras tierras intentan enmarcarlo y restringirlo a aquel o este adjetivo. Cuando la nacionalidad cubana era apenas una distinción entre los nacidos en la lejana España y los autóctonos de esta tierra; ya Juana, Cuba o La llave de las Antillas…podía avizorar que sus hijos eran de una estirpe singular, para ellos hasta el momento desconocida. Después llegaron hombres preclaros que hicieron entrar a los diccionarios nacionales la palabra Patria, con la acepción fantástica del amor a un suelo que no te expulsa, a un verde que no se parece a ningún otro. Un sacerdote, un maestro, un iluminado bajo el nombre de Félix Varela, escribía que
“no hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad” y de su verbo nacieron ideas que alimentaron a otros hombres, que tras sus huellas quisieron hacer más que un lugar de nacimiento por azar, esta isla caribeña.
A partir de ese día los cubanos no hemos tenido descanso en la tarea de construir un porvenir que nunca acabamos de tener lo suficientemente claro, que nunca se torna asible, que nunca termina por pertenecernos. Y en esa lucha continua por el mañana, hemos perdido mucho en el camino. ¿Se nos ha ido agotando por los senderos tortuosos, el amor?¿Dónde está el barro que el poeta nos prometió convertir en maravilla solo invirtiendo pequeñas dosis de ternura?
Soy de las que me resisto a creer en la inevitable condición deleznable del ser humano. Conozco de su imperfección, la padezco y la sufro; pero confío en la capacidad solamente humana de amar lo amable y lo tortuoso, lo imposible y lo divino. Espero por la cordura de mis semejantes que se traduzca tanto en la búsqueda de la paz dentro y fuera de mis fronteras, como en los buenos días al primer encuentro matutino. Cuántas veces penamos por la destrucción de un pasado glorioso en ciudades extranjeras, de nombres hasta ayer fuera de los medios masivos, que es casi como decir fuera de la realidad. Sin embargo, cuántas veces contemplamos imperturbables la caída del pasado propio o ponemos nuestras manos para apresurarla.
La Habana- que no es solo de esos 2 millones de habitantes hacinados- ha padecido de nuestras cóleras desatinadas. Esa ciudad que es también metamorfosis, pues se resiste a ser única y describible. Ella es según los ojos que la miren. La parte antigua, el Casco Histórico o Habana Vieja- muchas definiciones de una misma maravilla- asombra al nuevo y viejo visitante por su capacidad de renacer de las cenizas como el ave Fénix, o por el temple de su Catedral, o por la originalidad de su Bodeguita del Medio, y sus testigo-paredes de grandes y pequeños degustadores de la típica comida cubana. Puede ser el edén de la diversión en cada esquina, en cada baile popular, en los cabarets, en su emblemático Tropicana... y mirando al este el mar, las arenas y su suma que resulta playas.
Trasciende a conciencia las céntricas calles de Obispo, Carlos III o La Rampa: encanta con sus suburbios. Cruzando la bahía en la sempiterna “lanchita de Regla o de Casablanca” se llega a esos sitios de sonoros nombres, que guardan a una virgen adorada por muchos o al Cristo, vigilante desde su altura de los destinos de aquellos, que viven al otro lado del mar. Incluso cuando pensamos que ya no existe Habana más allá, aparece San Francisco de Paula, baluarte criollo del controvertido escritor norteamericano Ernest Hemingway. Y a cada paso encontramos a los novísimos edificios de los 80, en lucha perenne por desmarcarse de su absoluta monotonía.
No existen recetas para curarse de la habanitis. Es inevitable el querer regresar una vez y otra y otra; y subir los 80 y tantos escalones de la colina universitaria para conversar con el Alma Mater, o darle tres vueltas a la ceiba del Templete para que nos conceda nuestros deseos, o visitar al Martí de la Plaza de la Revolución, o fotografiar y arriesgarse a montar en un camello- última invención cubana en materia de transporte -. Siempre se encuentra algo nuevo o a alguien nuevo. Siempre el Capitolio resulta impresionante, siempre los leones del paseo del Prado nos cuentan historias que solo ellos han descifrado, siempre existe un hombre o una mujer más bellos que la vez anterior.
De ese misterio, de esa fascinación vive orgulloso ese mortal que quiso el destino naciera en alguna de sus capitalinas calles. Por eso cuando está lejos la idolatra y olvida los detalles que la hicieron sentirse fea, perdida. En esos momentos prevalece La Habana del ensueño, de las fotografías en la noche, del faro del Morro- primer anfitrión que da la bienvenida a los venidos del mar -; de los carnavales en pleno verano, en pleno calor. Se nos hace bella en su imperfección de ciudad hecha cada día, por seres que no terminan de merecérsela, que intentan vivirla y comprenderla y consentirla en sus caprichos. Y anhela regresar para una vez más sentirse isla, que es sentirse libre y prisionero al mismo tiempo. Terminar como siempre ha estado sin siquiera darse cuenta: a sus pies.